viernes, 21 de diciembre de 2007

¡Acaben con esto!

Y la resignación es el suicido cuotidiano.

Todo acaba llegando. Y aquí estoy, preparándome para ir a un sitio que me deprime aún más si cabe. A un sitio cuyo largo viaje en coche me hace sentir oprimida, como si en vez de cinturón hubiera apretándome una anaconda hambrienta; el cinturón me apretará el pecho tan sólo, pero mi cuello se sentirá como si me estuvieran intentando ahogar dos fuertes manos alrededor; las ventanas empañadas son una prisión para mi felicidad; ¡socorro!, que me llevan a un lugar a donde no quiero ir.
Preferiría quedarme trabajando, ir a algún lugar donde la Navidad no sea un festivo si no un puñetero día más, no enterarme de cuándo son las uvas porque sencillamente ignoro todo: sólo quiero días normales, y no falsas festividades consumistas para más inri pasadas en un antro infernal.
Estoy bastante mal. Mis padres ya están acostumbrados a mis malas caras, pero ayer, durmiendo junto a mi pareja, soñé que ya estaba a un millar de quilómetros de aquí, me desperté y por suerte allí estaba mi amorcito, le abracé con más fuerza pero triste, pues no creo que me vuelva a pasar esto en toda mi estancia en aquel lugar que tanto odio.
Serán entre cinco y siete días, pero haría lo que fuera por no ir. Pero mis padres me ignoran. No me queda otra.


Llueve. A juego con mi estado de ánimo.
Me encadenaría a la cama, a un árbol del barrio, a donde fuera. Mas no me queda otra que intentar no abrir la puerta del coche en marcha para huir de mi pesadilla.


Intentaré postear desde aquel agujero de inmundicia rural.

Un saludo.