Esto sucedió a principios de septiembre en el metro. Íbamos unas cuantas amigas y yo a pasar la tarde en un centro comercial de Barcelona.
El vagón iba bastante vacío, por lo que todas pudimos sentarnos. Háblabamos de nuestras cosas mientras nos dirigíamos a nuestro destino cuando una señora de avanzada edad se subió al vagón y se sentó a nuestro lado.
Esa señora nos dio conversa. Fue algo así:
Señora: ¿Acabáis de salir del colegio?
Alguna de nosotras: No, señora, lo empezamos en una semana o así.
Señora: Ahh... Y qué, ¿os enseñan a coser y a cuidar niños?
¿Qué decirle? Nos quedamos calladas todas, mirándonos con extrañeza, dándonos pena la mujer.
Señora: ¿Y qué quéreis ser, niñas? ¿Enfermeras o profesoras?
Mi pensamiento: Madre mía, esto es demasiado. Si le digo que quiero ser ingeniera de caminos le dará un patatús a la pobre señora.
Nos bajamos y nos despedimos de la señora, que nos dio bastante pena. Pero tampoco dijimos nada más.
Sí, quiero ser ingeniera de caminos. Y al comentárselo a personas supuestamente no tan chapadas a la antigua se han escandalizado, diciendo barbaridades que van desde "eso es de chicos", hasta "los catedráticos, al ver que eres mujer, pensarán que vas a pescar a un futuro marido bien situado y serán de lo más cabrones contigo".
Pues lo siento, señores, estudiaré caminos, le duela a quien le duela. Y si tengo que luchar el doble, lo haré. Y si es de chicos, pues más tendré donde elegir, hala.