martes, 8 de enero de 2008

nº 30



No persigan a la niña de ojos tristes que corre al vestuario a encerrarse en el lavabo para llorar por su agobio, por simples miradas de muy malas intenciones, de gente que la odia e igual no sabe por qué, de que se siente muy pequeña ante tanta gente que quiere herirla, que le cuesta fiarse de manos amigas, pero al final se deja hacer.

De veras lo hice.

Me encerré a oscuras poco antes de que acabara la clase de Educación Física (a la que no veo utilidad alguna) y lloré lo que llevaba toda la mañana aguantando.

Ni ponerme reggae en el despertador ha conseguido hacer de mi despertar algo más llevadero. Desayuné sin ganas, me vestí con apatía, me peiné como si me fueran a llevar a freírme a la silla eléctrica -Dead man walking!- pero aguanté el chaparrón como buenamente pude.

A ver qué tal mañana.